sábado, 28 de febrero de 2015

Sirenas en la niebla





Su mirada casi moribunda, envuelta en un halo gris de amor dolorido, deseo fehaciente de pagar con el mismo agravio.

- Si no eres mía, monto la de Dios y me enfrento a los tuyos.

La noche traía dolor y miedo, arrebatando el poco aliento que le quedaba para salir de aquel camino sin retorno y sin buen fin. 
Todos los atajos eran posibles antes de perder el último escudo. Agotada de todas las funciones representadas, esta última era la más amarga. Su cuerpo se despojó de las verdaderas vestimentas, ultrajando su feminidad y confundiendo la madre abnegada con la mujer libre. Por todos debía ahogar su boca en unos labios que compartieron un día otra vida maravillosa.

Con el día, el sol la inundó de su luz, su cuerpo debía mudar la piel de culebra derrotada. No importaba de dónde el veneno, aquella mañana la mujer acunó a la niña. Cerró los ojos y durmió para despertar a una princesa sin maldiciones.
Se cubrió con su capa de estrellas, encendió todos los faros que la noche anterior la dejaron a oscuras, castigados todos a no descansar en sus destellos por encima del sol. Cantando una nana esperó a la noche, se apagaron las luces entre las rocas, ya no tenía miedo a la oscuridad. 



Arrebato de mis caderas la mugre de tus manos.
Enciendo a mi antojo los faros
apagados y cobardes.
Ahora soy ama de las luces y del sol
de la noche y de la sal.
Mi lamento sordo, mullido de mentiras
escupe tu sonrisa de los recuerdos.
Soy arpía sin vestiduras que jura 
 no odiarte para ser feliz.

Pero caen mis puños sobre la verdad
como se precipitan los barcos en las rocas.
Mi poros destilaron tus repugnancias.
Esa noche la niebla ofuscó mis luces
pero mi llanto no escuchó sus sirenas.
En la niebla.