Fragmentos.
Capítulo Las asignaciones de Valkiria
Libro
Latitudes en tu Piel
(2ª parte de La Galerna del Sur)
Giuseppe entró en aquel bar y lo iluminó con su mirada, su
sonrisa, sus buenos días acompañados de un beso con un abrazo largo y abrigado.
- - Parece que no me ves desde hace una
buena temporada.
- - Voy a necesitar muchos abrazos como
este. A veces pienso que cuando vuelva estarás lejos perdida entre algún paraje
y se me nubla todo.
- - Mi querido caballero italiano, creo que
no soy la única que tiene gigantes acechando, me quedo a tu lado de momento
unos días.
Salieron a pasear y Ángela sugirió ir al fuerte, ambos entre
arrumacos y besos, una nueva historia recrearía su imaginación, aunque esta
historia adquiría unos tintes algo más reales. Se quedarían para siempre unos
besos grabados en la esencia de la piedra, porque así lo sentía ella, besos
para una eternidad en el tiempo.
Ángela besó a ese hombre que había entrado en su corazón y
lo habitó de un modo pleno. Mientras terminaba su abrazo, podía ver el
mismo mar que el día anterior la hizo soñar despierta con aquel joven sin saber, que al día siguiente colmaría sus labios de besos.
Yo estaba en su playa apartada, un psicoanalista que observaba los sueños sin soñar de
aquel Ángel que descubría con mucho trabajo por hacer y muchos gigantes por
derrotar. Ángela pasó unos días
apasionados, dos seres extraños que se encontraron, eran tan afines que parecía
que la trayectoria normal del tiempo mucho antes de conocerse ya, tuviera previsto
que debían estar juntos. Al menos Ángela se sentía de ese modo.
“Cuando me toca, besa
mi cuerpo, respira a mi lado, es como si algo encajara en la naturaleza, como
si estuviéramos dispuestos desde que nacimos a este momento. Mi mente es
incapaz de tomar una decisión que no haya tomado mi cuerpo, pero huyo de papá y
mamá, sus reproches aturden mis silencios y llenan mis noches de insomnio”
Por fin Ángela confirmaba en su cuaderno de quién huía, ahora
tenía un dato vital para comprender la soledad en una mujer tan especial. Tal
vez una niñez adolecida por presiones culturales, ¿vestigios machistas?, ¿qué
tal fueron sus padres?
Todo inducía a que Ángela era una mujer en continua búsqueda
de la felicidad, era un ser con el cuerpo tan despierto que había descubierto
que la felicidad no es el fin, sino el camino y de continuo peleaba por seguir
en ese camino. Pero con algo no contó, que la cultura a veces nos impone
estigmas que casi terminan formando parte de nuestro código genético.
En su cuaderno encontré unas líneas que expresaban tal vez
una vivencia de cuando era niña.
“- Hija ¿qué haces ahí sentada en esa silla?
- Papá estoy castigada ¿no te acuerdas?”(*)
(*)Fuente: La galerna del Sur
Es posible que viviera una infancia donde la disciplina
hubiera podido ser estricta y daba por hecho que Ángela era una mujer noble de
corazón, y ello, le llevara a asumir los castigos de manera dócil, pequeños decretos que se acoplaron
en su código de conducta y hasta de valores.
Que un padre olvidara una hija castigada en la silla y
que esa hija no se moviera, era síntoma que el padre castigaba sin dar
importancia de lo que pretendía educar y que la niña se sentía lo
suficientemente mala como para callar hasta el olvido en una silla. Disciplina
en busca de poder y no de educación.
Todo era una cascada de formatos y perfiles psicólogicos que
me alejaban de la seductora Ángela y me mostraban un ser en continuo conflicto
interno, lograba la felicidad y luego ella misma se encargaba de aniquilar lo
conseguido. Es como si tantos castigos por pequeños que pudieran ser, al no
tener una respuesta educativa, ella asumiera que no era lo suficientemente
buena para esos padres, y ello la llevó a un círculo vicioso en buscar siempre
el reconocimiento paterno, o lo que es lo mismo olvidada en el castigo.