domingo, 26 de julio de 2015

Niña





Todos los años viajaban al sur, atravesando todo el país en una travesía donde la niña miraba las nubes en el cielo para soñar con sus ansiados días junto al mar.
Aquella mañana pidió prestado un vaso de cristal durante el desayuno. No quiso decir el motivo y como siempre papá.

- Qué tonta eres hija.
- Es muy buena no te rías de ella. Decía mamá.

Pero la niña ya tenía todos los sueños del día enrolados en la mayor de las fantasías. Construiría un castillo pequeño y un faro, con el vaso de cristal conseguiría una peculiar lente y así podría mirar el mar y buscar el sol a través del vaso, la linterna perfecta sobre su faro de arena. En mar atlántico azotado por levante ella jugaba con su cubo azul y el castillo de una planta, repartía conchas blancas y piedras de colores. Siempre había un rincón en su parcela marinera para un faro, se armaba de paciencia y apretaba tanto la arena que no dejaba adornar con otras piedras. Ese día recorrió durante largo rato la orilla del mar, buscaba una caracola grande para culminar el faro y esconder todo signo humano del vaso, deseaba un cristal sin bordes romos. En su cubo conchas, piedras y tantos sueños como deseara y un alma tan marinera como cualquier torrero.

- Mamá quiero sentarme aquí, el faro está alumbrando.

La niña había conseguido encontrar un lugar, un sólo espacio físico en toda la tierra donde su faro se encendía. Con el tiempo, la mujer supo que cuando un faro se enciende es porque algo tiene que avisar, algo tiene que salvar, incluso aquella mañana cuando el levante comenzó a secar el castillo y lo cubrió de arena.




Recorro mis dedos buscando la hendidura
dónde los sueños se escapan por la mañana.
Aprieto toda la arena en mis manos
y el viento me recuerda que todo pasa.
Muevo las piedras sobre la arena
como los posos de un café gitano.