Fragmentos
Capítulo Faros Volcados
Libro
Latitudes en tu piel
(2ª parte de La Galerna del Sur)
Habían transcurrido las dos semanas que decidí
alejarme de aquel libro que producía en mí los efectos del mismo opio y la
realidad era otra más revolucionaría aún, Ángela casi había logrado apartarme
de mi trabajo. Observé la agenda del último mes y fue cuando supe que algo
debía hacer, había reducido los días de trabajo y dispuesto más citas en una misma jornada; necesitaba más momentos libres con Ángela y ello me llevó a bajar mi rendimiento
laboral, aumentar las citas en un mismo día saturaban mi lucidez mental para
abordar los problemas de los pacientes, ¿pero cómo no tener días enteros con
aquel cuaderno?
(...)
(...)
En soledad Ángela imaginaba el
verdadero amor y sus caricias, un anhelo que tal vez nunca llegaría, pero ella
se resistía a poner sobre esas sensaciones al hombre equivocado, no le
preocupaba vivir en sus propios sueños, el fin no era ocuparlos con una
compañía, sino vivir ese amor que ella recreaba a veces acariciando su propio
cuerpo.
(...)
(...)
Es por ello que antes de comenzar
a tener momentos más íntimos con un hombre, tenía unas reglas determinantes
para ella, no preguntar nada o sí lo hacía, leer en aquello que no era la
respuesta, ella navegaba abiertamente en el mar de la expresión corporal de las
personas, el tono de voz, la mirada, el pulso, los tipos de gestos, le
traían un mar abierto de respuestas donde su acompañante no podía ocultar nada, Ángela se convertía en sirena de las aguas más profundas en el alma de las
personas.
Había aprendido que el ser humano
era un tedioso órdago andante, donde
a veces la mente y los pensamientos no eran más que los vestigios de un pasado
con miedos y frustraciones adheridas, y lo peor, historias humanas no cerradas
que se habían convertido en la zona de confort emocional del individuo; es ahí
dónde Ángela se convertía en una mujer de humor ácido, mordaz y rozaba el
descaro. Una superviviente más de las mentes que gobiernan sólo pensamientos y
no emociones; ella era eso, emoción en estado puro, manantial de miel, páramo
inhóspito donde no sobreviven ni las piedras blancas.
“¿Qué sabe nadie de mi mundo interior?, ¿de aquello que toca mi
corazón, de la ausencia de palabras y la presencia de rubor en mi piel?, ¿Qué sabe
nadie de lo que puede atar mi voluntad o de lo que renuncio en la búsqueda de
aire libre en mis pulmones?
¿Qué saben a quién pertenecen mis besos, si a nadie, a un hombre o a
varios hombres? En el mapa de mi piel se hallan todos los caminos, como algunos
de esos caminos terminan en las latitudes del hombre amado. Cuestión de
espíritu aventurero y de sentir que el mismo sol nunca ofrece dos ocasos
iguales”
(...)
Autora Lola Padilla
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